19 de octubre de 2010

...eh kills aleins...

No sé cómo empieza el sueño, pero de repente estoy intentando escapar de algo que sólo pueden ser zombies. Pero todo es como un videojuego, así que si intento salvar a un niño (¿o niña?) del otro lado de una pared de ladrillos grises pero me caigo, vuelvo a empezar. Me quedé atorado en un loop muy molesto, que se hubiera convertido en pesadilla si no hubiera aparecido de repente un rifle de francotirador con ocho balas (luego aparecieron más, así que en vez de salvar al niño me dediqué un rato a recoger municiones, uno nunca sabe con los zombies), aunque al parecer dispararles no fue buena idea porque de repente estaba escapando de ellos.

Todo hubiera acabado muy mal si no hubieran aparecido de repente unas naves extraterrestres con plataformas y ametralladoras en los lados. No sé a dónde se fueron los extraterrestres pero yo estaba muy contento masacrando a los zombies, que para entonces ya se habían convertido en monstruos de película de terror; yo sabía que daban muchísimo miedo pero me sentía seguro en mi ovni morado: desde el cielo, todos los zombies te la pelan.

Luego estoy de vuelta en el principio, sólo que descubro que había otra ruta: en vez de brincar las paredes puedo bajar por una escalera negra y recoger al niño. Los zombies, que para entonces ya se sentían como extraterrestres, nos persiguen.

Ya no sé qué pasó después, pero el sueño prueba:

a) Que ando tan impresionable que la sola mención de la idea de apocalipsis-zombie- extraterrestre me hizo soñar cosas raras.

b) Que "veo mucha tele".

c) ¿Quién es Steven Spielberg? NADIE.

Me la pasé muy bien. Ahora veamos si le puedo agregar dinosaurios a la producción.

Hell yeah, Jesus!

7 de octubre de 2010

Berenice

Antes, Lilián, de resolver el espinoso asunto de la humillación, tengo que resolver el asunto del primer amor, que me lleva inevitablemte a uno de los temas que jamás ha sido tratado en mi blog ni en mi Twitter, a pesar de ser la base de todo morbo y toda fama internética. Fácil, lo que se dice facilísimo, hubiera sido disertar sobre la decadencia de los protones en el átomo del último elemento de la tabla periódica.

Porque el amor es un tema imposible para alguien que ha cambiado la interacción humana por las lámparas de lava y cuya idea de "noche loca" implica, a últimas fechas, quedarse hasta las cinco de la mañana fumando y jugando Halo: Reach (en tal estado de euforia, la sangre azul de los covenant adquiere tonalidades románticas, y la idea de un planeta cuya luna tiene anillos y está bien grandota y bien bonita y todo para qué si de todos modos nos vamos a morir glasseados como pinchurrientos roles de canela... esteee, sí).

Puedo escribir los versos más tristes esta noche con todas las cosas que nunca hice por siempre estar un paso atrás de las mujeres.

Me acuerdo mucho de Berenice. Le decían "La Muerta" porque tenía la cintura muy delgada y las caderas muy anchas, era muy blanca y tenía unos ojos negros enormes, maquillados al estilo darketo. Tenía el cabello lacio, negro y largo. Era delgada y tenía una voz dulce y rasposa, como de actriz porno vacacionando en Zihuatanejo. Y usaba los pantalones pegadísimos y medio caídos, y las playeras cortas para siempre enseñar el ombligo.

Me saludó un día que iba caminando a mi casa. Recuerdo perfectamente que me dijo algo como "hola" para preguntarme cómo me llamaba. No supe qué hacer y después de presentarme me fui a mi casa, pero desde entonces ya no caminaba por el fraccionamiento sin buscarla. Me desviaba para dar con ella, y eventualmente la volví a encontrar.

Nunca sabía que decirle, pero era bella y me gustaba mucho acompañarla.

Pero La Muerta fumaba mota. Sólo la acompañé una vez atrás de las canchas, con los demás mariguanos. Estaba muy oscuro y sólo se escuchaba como encendían el churro, lo inhalaban y lo exhalaban. A esa edad me pareció una escena terrible; me espantó muchísimo juntarme con la gente mala (sí, sí, la putísima, jodidísima, hija de su rechingada madre ironía de mierda. Me hace sentirme la víctima más patética de la guerra contra las drogas). Desde entonces me preocupó muchísimo juntarme con ella, y las cosas cambiaron porque empecé a evitarla. Pero esa no es la humillación fundacional, porque estaba tan bonita que supongo que de alguna adolescente manera quería rescatarla del vicio.

Mi humillación siempre ha sido interna y silenciosa. No tengo momentos de comedia romántica, en que me vacio una bolsa de estiércol en la cabeza, todas ríen y me voy llorando a mi casa; pero la vida me levanta y me quedo con la capitana del equipo de porristas. Resulta que Berenice, además de ser la mujer más guapa de la colonia, era la mujer más fácil de la colonia. Pero yo nunca comprobé los rumores, porque el día que me dijo que no llevaba ropa interior y necesitaba que le prestara mi cinturón... pues le presté mi cinturón, paseamos por las zonas más solas y oscuras del fraccionamiento y la dejé en la puerta de su casa.

No saber qué hacer me hizo sentir tan mal que dejé de buscarla en mis paseos por el fraccionamiento. Así que ya no la vi. Ni siquiera para recuperar mi cinturón, yendo a su casa, que sabía exactamente cuál era.

Varios años después me la encontré en el camión rumbo a la prepa. Igualita. La cara un poco más demacrada, pero hasta se vestía igual. La vi desde el momento en que se subió hasta el momento en que se bajó, y estaba seguro de que me recordaba y podía ir a saludarla. Hubiera sido muy fácil no ir un día a la escuela para seguirla a donde fuera, ahora que eramos más grandes y nuestros paseos podían llevarnos mucho más allá del fraccionamiento.

El momento más humillante frente a mi primer amor fue cuando se bajó del camión, viéndome de reojo, y no hice nada.

Nunca la volví a ver y estoy seguro de que eso afectó mi autoestima para siempre, porque esa misma escena me ha perseguido desde entonces, repitiéndose de cierta manera con todas las mujeres que me han gustado; tantas veces que ya es imposible que no sea yo quien lo provoque.

Esa es, Lilián, la vergüenza más grande cometida frente a mi primer amor, y su triste repercusión en mi muy triste autoestima. Nada me avergonzó más que no levantarme a saludar a Berenice porque la gente esperaba de mí que fuera el mejor de la clase y el ejemplo para todos y el chico más inteligente de la prepa. Pero, sobre todo, porque tenía miedo de no saber qué hacer otra vez.

Y por cosas como esta tenía yo un blog anónimo que se perdió, y por cosas como esta quizá no vuelva a pedir tema por Twitter*. Tanta sinceridad, dicen, debería de estar prohibida.

*Nocierto. Sí lo vuelvo a hacer. Tengo que hacer el drama porque me avergüenza, también, tanta sinceridad en este blog de relatos estrafalarios.