Son las seis de la mañana pero Enrique apaga el despertador con decisión, con la seguridad que deben sentir los triunfadores. Así lo ha hecho desde hace 93 días y hoy, en el día 94 de la campaña, le van a dar la buena noticia: Enrique Peña Nieto, Presidente de México. Para acabar de despertarse intenta calcular cuántas personas pasarán todo el día trabajando para él en pueblos que nadie conoce. Sonríe – después de todo no hay localidades en México sin su cura, su vendedor de Coca Cola y su comité del PRI – y se levanta de la cama.
Empieza a preocuparse cuando, yendo a la regadera, escucha la lluvia. Con ese ya son dos días de lluvia constante, así que regresa por su Blackberry y manda un mensaje a la coordinación de campaña. Escribe a sus empleados: “URG REPORT CHALCO”. Mientras se baña, Enrique piensa en los enemigos de Peña Nieto, obsesionados con su ortografía. Gente que nunca aprendió que el jefe no tiene tiempo y escribe como se le da la gana, para que otros tengan trabajo corrigiéndolo. Justicia social; que la busquen en los principios del partido.
Cuando sale del baño, Enrique lee la respuesta: “REPRESENTANTES OK. OK PROMOTORES VOTO. TODO OK?”. No es lo que quiere saber, pero igual se tranquiliza un poco. Supone que si algo saliera mal ya estaría enterado.
En el comedor lo esperan su esposa, sus seis hijos, y su padrino. “¡Aplausos para el Señor Presidente!” – pide este último. Obedecen. “Mijito – continuó su padrino – vengo, de parte de toda la gente que te quiere, a felicitarte. Todo está listo para este día desde hace meses… qué digo meses, años; hace años que estamos preparando este día. Se acabó la campaña. Tú hoy nomás preocúpate por practicar el discurso de la victoria, te ganaste un día sin estrés”. Enrique aparenta calma y buen humor para no desanimar a sus hijos, pero no puede dejar de pensar en la lluvia.
Tras el desayuno pasa con su padrino al despacho. Encima de su escritorio ve una botella con pedazos de carne blancuzca adentro, flotando en algo que solo podía ser alcohol. Siente asco. “Es tequila de jaguar, mijo – le dice su padrino –. Te lo mandan de la sierra, ya ves cómo es esa gente. Le ponen los huevos de un jaguar a un tequila barato y dicen que te hace más hombre. Puras pendejadas, pero nunca está de más escuchar consejos. Te voy a servir uno, porque te ves distraído. ¿Qué tienes?”.
“Tú sabes mejor que nadie – le contesta Enrique – que seis años de obras y no podemos garantizar que Chalco no se inunde. Nada le haría el día a nuestros opositores como ver mexiquenses nadando en mierda. No vaya a costarnos la elección, hay que hacer algo. Me comprometí cuando fui, hay fotos, video, y si…” Su padrino lo interrumpe con una carcajada. “Ay, mijito – le dice, todavía riéndose – hoy es tu día y todos en el país mueren por hacerte favores. Chalco y México podrían ahogarse en mierda. ¿Quién haría un escándalo por ello, hoy? Si les pides comérsela en un taco, nuestros socios lo harán para quedar bien contigo. Nadie habla mal del niño del cumpleaños, Enriquito. Y hoy ése eres tú. Calma y chíngate ese trago, no seas supersticioso”.
Enrique quiere negarse, pero no puede decirle que no al hombre que tanto le ha dado. Todavía con el mal sabor en la boca, manda llamar a todo el equipo que va a llevarlo a votar. “No te olvides de nosotros, mijo. Te queremos”, le susurra su padrino mientras se despiden con un abrazo. Peña Nieto piensa en lo que tendría que hacer para deshacerse de él, así que responde “yo también”.
Algunos minutos antes de llegar a la casilla electoral, Enrique vuelve a preguntar a la coordinación de campaña cómo va Chalco. Le responden 30 segundos después, con lo previsible: “TODO OK ACA. OK ALLA?”. Empieza a recordar el hedor y la miseria que conoció la última vez que se inundó esa zona, pero no es el lugar ni el momento para estar pensando en esas cosas. Necesita preparar la sonrisa que va a mostrar a las cámaras, así que mejor se pone a pensar en todos los empleados que en la oficina de campaña están investigando hasta de qué color son los ojos de cada representante de casilla en el distrito, no fuera su patrón a preguntárselos.
Su patrón. Su Presidente. Enrique sale del automóvil que lo llevó a votar con una sonrisa sincera, la primera en meses, listo para votar por sí mismo.
Empieza a preocuparse cuando, yendo a la regadera, escucha la lluvia. Con ese ya son dos días de lluvia constante, así que regresa por su Blackberry y manda un mensaje a la coordinación de campaña. Escribe a sus empleados: “URG REPORT CHALCO”. Mientras se baña, Enrique piensa en los enemigos de Peña Nieto, obsesionados con su ortografía. Gente que nunca aprendió que el jefe no tiene tiempo y escribe como se le da la gana, para que otros tengan trabajo corrigiéndolo. Justicia social; que la busquen en los principios del partido.
Cuando sale del baño, Enrique lee la respuesta: “REPRESENTANTES OK. OK PROMOTORES VOTO. TODO OK?”. No es lo que quiere saber, pero igual se tranquiliza un poco. Supone que si algo saliera mal ya estaría enterado.
En el comedor lo esperan su esposa, sus seis hijos, y su padrino. “¡Aplausos para el Señor Presidente!” – pide este último. Obedecen. “Mijito – continuó su padrino – vengo, de parte de toda la gente que te quiere, a felicitarte. Todo está listo para este día desde hace meses… qué digo meses, años; hace años que estamos preparando este día. Se acabó la campaña. Tú hoy nomás preocúpate por practicar el discurso de la victoria, te ganaste un día sin estrés”. Enrique aparenta calma y buen humor para no desanimar a sus hijos, pero no puede dejar de pensar en la lluvia.
Tras el desayuno pasa con su padrino al despacho. Encima de su escritorio ve una botella con pedazos de carne blancuzca adentro, flotando en algo que solo podía ser alcohol. Siente asco. “Es tequila de jaguar, mijo – le dice su padrino –. Te lo mandan de la sierra, ya ves cómo es esa gente. Le ponen los huevos de un jaguar a un tequila barato y dicen que te hace más hombre. Puras pendejadas, pero nunca está de más escuchar consejos. Te voy a servir uno, porque te ves distraído. ¿Qué tienes?”.
“Tú sabes mejor que nadie – le contesta Enrique – que seis años de obras y no podemos garantizar que Chalco no se inunde. Nada le haría el día a nuestros opositores como ver mexiquenses nadando en mierda. No vaya a costarnos la elección, hay que hacer algo. Me comprometí cuando fui, hay fotos, video, y si…” Su padrino lo interrumpe con una carcajada. “Ay, mijito – le dice, todavía riéndose – hoy es tu día y todos en el país mueren por hacerte favores. Chalco y México podrían ahogarse en mierda. ¿Quién haría un escándalo por ello, hoy? Si les pides comérsela en un taco, nuestros socios lo harán para quedar bien contigo. Nadie habla mal del niño del cumpleaños, Enriquito. Y hoy ése eres tú. Calma y chíngate ese trago, no seas supersticioso”.
Enrique quiere negarse, pero no puede decirle que no al hombre que tanto le ha dado. Todavía con el mal sabor en la boca, manda llamar a todo el equipo que va a llevarlo a votar. “No te olvides de nosotros, mijo. Te queremos”, le susurra su padrino mientras se despiden con un abrazo. Peña Nieto piensa en lo que tendría que hacer para deshacerse de él, así que responde “yo también”.
Algunos minutos antes de llegar a la casilla electoral, Enrique vuelve a preguntar a la coordinación de campaña cómo va Chalco. Le responden 30 segundos después, con lo previsible: “TODO OK ACA. OK ALLA?”. Empieza a recordar el hedor y la miseria que conoció la última vez que se inundó esa zona, pero no es el lugar ni el momento para estar pensando en esas cosas. Necesita preparar la sonrisa que va a mostrar a las cámaras, así que mejor se pone a pensar en todos los empleados que en la oficina de campaña están investigando hasta de qué color son los ojos de cada representante de casilla en el distrito, no fuera su patrón a preguntárselos.
Su patrón. Su Presidente. Enrique sale del automóvil que lo llevó a votar con una sonrisa sincera, la primera en meses, listo para votar por sí mismo.