14 de septiembre de 2009

Revuélcate en tu tumba, Hidalgo

No entiendo por qué festejamos el bicentenario. Los mexicanos del siglo XIX tenían grandes esperanzas para este país. Pensaron que con la libertad vendrían grandes cosas, tenían proyectos bellísimos para el flamante México.

Luego vino 1848*. Cuando pasó todo, la nueva generación publicó otras grandes esperanzas sobre el futuro de México. Tanto así, que en tiempos de Porfirio Díaz hubo muchos que pensaron que ya la habíamos hecho. Con la triste lección aprendida, lo único que quedaba adelante era un futuro prometedor.

Don Porfirio creyó que le tenía bien tomada la medida a los mexicanos, pero había tanto descontento que hasta un espiritista pudo hacerse con el poder.

Vino otra generación de mexicanos que, otra vez, plasmó en papel sus sueños. Dijo que los mexicanos tendrían salud. Educación. Trabajo. Que en el futuro no habría más desigualdad. Que ya, ahora sí, era hora de convertirnos en quienes habíamos soñado.

Sí, claro.

Somos 200 años de esperanzas frustradas. Somos el país del "ya merito" y del "chin, ni modo", pero sobre todo somos el país del "total, hay que echar desmadre". Festejar 200 años de existencia es... festejar 200 años de existencia. México no ha logrado nada. No sé si estemos mejor o peor que hace 200 años, pero estoy seguro de que nuestros ancestros llevan 200 años deseando cosas para México y nunca las hemos llevado a la práctica.

200 años después queda medio país. Con más pobres. Hasta con menos ricos. Yo no festejo. Yo quisiera que alguien con más alcance dijera "deténganse, dejémonos de mamadas y vamos a ponernos a trabajar. México es un fantástico castillo en el aire. Pero nosotros estamos en la tierra y vivimos en una casucha destartalada."

Eso soñé el otro día, mientras esperaba en el tránsito provocado por una manifestación. Pero qué hueva hacer algo, la verdad.

*O sea la guerra con los gringos, en las que perdimos medio país. Fue como cuando nos ganaron en el Mundial de Corea, pero MUCHO más culero. Aunque, como no nos tocó sufrirlo, quizá de cierta forma es menos gacho.