Como no estoy escribiendo la tesis, me dedico a cosas como pensar en su dedicatoria.
Es curiosamente más difícil de lo que parecía. Empiezas con algo convencional: A mis padres. Son mis padres y deben de estar ahí, evidentemente. Es la dedicatoria que todos quieren poner, por eso nadie la usa. A mis padres y amigos. Lo interesante es que conforme abres el círculo empiezas a notar gente del otro lado. Los invitas a pasar, por qué no. Después de todo, es jueves. "A mis padres y amigos, en especial a la gente de la secundaria". No, falta. "A mis padres, abuelos, amigos (todos) y Rocky, que observa desde el cielo de los peces japoneses"...
Empeorado todo, te saboteas a ti mismo: "A todos". Es la verdad, pero a nadie le gusta que se la digan. La tesis, después de todo, es un ejercicio básicamente rollero. Lo sabes tú, lo sabe tu asesor, lo sabe el director. Lo sabe EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. Pero nadie dice la verdad y todos estamos muy contentos.
"Tú sabes quien eres. Gracias". La buena teoría del discurso. Nada más cumplidor y académico que usar la trampa mortal de la segunda persona del singular. Tú, el lector, sabes que lo nuestro es de dos. Tú y yo. Nosotros, con los demás afuera. Lo sabían los sucios franceses, incapaces por pura vanidad de explicar algo directamente. Los espíritus de cientos de alumnos reprobados en todo el mundo claman tu nombre (¡¡¡¡¡LUUUIIIIIIIIIIIIIS!!!), te recuerdan haber jurado odio eterno contra Lacan; decides no caer tan bajo como los putísimos franceses (jiji) .
Te dices que nunca te rebajarás a su nivel, escribiendo para confundir y deslumbrar a sus alumnos. Te sabes mejor que ellos. Moralmente superior. Chingón.
Piensas que has creado el pretexto perfecto para no hacer la tesis.
CONCLUSIÓN: no hacer la tesis te hace mejor persona.
Denme el Nóbel, por favor. No se hubieran molestado.
Tres cervezas después te das cuenta de que todo es mentira y tu amor por los académicos es conocido. Pero ya estás demasiado borracho para hacer la tesis. El remordimiento te hace intentarlo, así que empiezas por el principio: las dedicatorias. "A Polo Polo, que me enseñó la belleza del lenguaje". Cierto, pero nadie va a creer que es verdad. "A los blogs, por ser chidos". No. "Mitchell, an hero to me". Te mueres por hacerlo. For them. For teh lulz. Pero no. "A aquella mañana del 97". Misterioso. Pero en tu cabeza suena con acento argentino y saca de onda. Tampoco.
Todo valió muy madres. Pero te salvaste de la tesis otra vez, y eso merece una cerveza.
Es curiosamente más difícil de lo que parecía. Empiezas con algo convencional: A mis padres. Son mis padres y deben de estar ahí, evidentemente. Es la dedicatoria que todos quieren poner, por eso nadie la usa. A mis padres y amigos. Lo interesante es que conforme abres el círculo empiezas a notar gente del otro lado. Los invitas a pasar, por qué no. Después de todo, es jueves. "A mis padres y amigos, en especial a la gente de la secundaria". No, falta. "A mis padres, abuelos, amigos (todos) y Rocky, que observa desde el cielo de los peces japoneses"...
Empeorado todo, te saboteas a ti mismo: "A todos". Es la verdad, pero a nadie le gusta que se la digan. La tesis, después de todo, es un ejercicio básicamente rollero. Lo sabes tú, lo sabe tu asesor, lo sabe el director. Lo sabe EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA. Pero nadie dice la verdad y todos estamos muy contentos.
"Tú sabes quien eres. Gracias". La buena teoría del discurso. Nada más cumplidor y académico que usar la trampa mortal de la segunda persona del singular. Tú, el lector, sabes que lo nuestro es de dos. Tú y yo. Nosotros, con los demás afuera. Lo sabían los sucios franceses, incapaces por pura vanidad de explicar algo directamente. Los espíritus de cientos de alumnos reprobados en todo el mundo claman tu nombre (¡¡¡¡¡LUUUIIIIIIIIIIIIIS!!!), te recuerdan haber jurado odio eterno contra Lacan; decides no caer tan bajo como los putísimos franceses (jiji) .
Te dices que nunca te rebajarás a su nivel, escribiendo para confundir y deslumbrar a sus alumnos. Te sabes mejor que ellos. Moralmente superior. Chingón.
Piensas que has creado el pretexto perfecto para no hacer la tesis.
CONCLUSIÓN: no hacer la tesis te hace mejor persona.
Denme el Nóbel, por favor. No se hubieran molestado.
Tres cervezas después te das cuenta de que todo es mentira y tu amor por los académicos es conocido. Pero ya estás demasiado borracho para hacer la tesis. El remordimiento te hace intentarlo, así que empiezas por el principio: las dedicatorias. "A Polo Polo, que me enseñó la belleza del lenguaje". Cierto, pero nadie va a creer que es verdad. "A los blogs, por ser chidos". No. "Mitchell, an hero to me". Te mueres por hacerlo. For them. For teh lulz. Pero no. "A aquella mañana del 97". Misterioso. Pero en tu cabeza suena con acento argentino y saca de onda. Tampoco.
Todo valió muy madres. Pero te salvaste de la tesis otra vez, y eso merece una cerveza.
3 comentarios:
jajajaja!!! más que genial. Ahora mismo me pongo a reddactar los agradecimientos de mi tesis
(merde! debo confesar que en los agradecimientos terminé dedicándosela al lectro... sí: es un desagradable hecho real...)
Estás cerca...al menos piensas en ella y más aún, hablas de ella, no, peor, escribes sobre ella (pinche Lacan).
pero tú, esponjita, puedes hacer trampa y poner cosas en latín. a que no le pones el equivalente de una receta de cocina.
diana: pero controlo las ansias, que es lo que cuenta. o no. ¿este post cuenta como avance, o nel?
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