21 de julio de 2010

Ah, el estío, con su belleza, con su humedad, con su pinche, pinche tráfico

Iba a escribir algo, pero estuve tres horas atrapado en el tradicional tráfico veraniego(tránsito ya fue, sobre todo porque no inspira el terror religioso de tráficoUUUH!)). Sería una anécdota interesante pero requiere mucho trabajo: me dijeron "ven a Polanco" y fui, y llegué, y no había nadie, y tuve que regresarme por el mismo tráfico por el que llegue.

Al contrario de mejores épocas, en verano los coches van y vienen en el mismo volúmen por los dos lados de periférico. Ya no es como cuando si te toca tráfico para arriba no te toca para abajo, ahora es parejo como la lluvia.

Pero valió la pena porque mientras estaba atrapado entre los autos y las ya muy horribles estaciones de radio (¿no se supone que tendría que ser más música y menos plática sobre las vidas de sus gatitos?) tuve tiempo para pensar en un descubrimiento que también tiene que ver con los coches. Los estacionamientos de la asquerosa Ciudad de México rompen al menos una ley económica. Podría pensarse que en estacionamientos de tres pisos, donde es más rápido bajar o subir al siguiente que dar tres vueltas en el piso al que se llega desde la calle hasta que se libere un lugar, y donde siempre están vacíos el segundo y tercer nivel, la gente se dirigiría más pronto a los segundos y terceros pisos. ¿Por qué dar cinco vueltas en el primero si sólo hay que bajar al segundo? Parece ser que la gente no sigue la elección más racional sino que insiste e insiste en atascar el primer piso, aunque se tarde diez minutos en dar con un lugar.

Alguien con más tiempo puede hacer sesudas reflexiones sobre el carácter nacional y su relación con el estancamiento económico, político y social. Yo sólo presumo la prueba científica de que los automovilistas de la ciudad son completamente irracionales.