Pensé que un dálmata en los pasillos de un mini súper con dos cajas y cuatro pasillos no podía ser algo tan malo. Un poco extraño sí, pero qué podía pasar. Los perros son últimamente muy domesticados; saben sentarse, comen tocino para que les brille el pelo, tienen humanos que les recogen la mierda con mucho cuidado y han perdido todo instinto más o menos animal. En vez de los adorables perros de la tele, en la calle sólo quedan animalitos de fondo de videojuego. Babean, se sientan y sólo los notan quienes ya se aburrieron de lo demás. Son, pobrecitos, un triunfo de la civilización.
Tristemente para la chica de la minifalda, que ya desde entonces acaparaba la atención de toda la fila, nadie ha puesto tanto esmero en domesticar a las niñas. Todos anticipamos lo que la chamaca haría con el cortauñas, pero era tan obvio que todos asumimos que otro le avisaría a la mamá...
El perro salió chillando, la chica de la minifalda se fue de espaldas, los cajeros no sabían que hacer y el gerente salió de su bodega para cruzar los brazos y dar órdenes en actitud de jefe de mini súper. Los viejitos empaca bolsas se reían como si fuera día de quincena en 1920 y todos los hombres de la fila ayudaban a la chica de la minifalda a recoger los libros de la escuela. Sólo uno, algo sobre arquitectura escandinava, se salvó del aceite de oliva. La pobre chica peleaba con el perro un estuche de lápices huichol cuando la mamá pegó un grito espantoso.
Como nadie le hacía caso (lo genial de la minifalda era que tenía cuadritos como de colegiala), la niña mordió al perro. El pobre animal, vergüenza de sus antepasados salvajes, prefirió correr al pasillo de panes y mermeladas que darle a la niña una mordida para quitarle por siempre lo maleducada.
El dueño, que primero hizo como que el perro no era suyo pero lo aceptó cuando la cajera lo señaló agitando el brazo (la chica de la minifalda se le acercó para regañarlo con delicioso tono y vocabulario de verdulera condechi), hubiera calmado al perro si el de seguridad no lo hubiera agarrado "para prevenir de que se vaya sin pagar, jefe".
La chica de minifalda empezó a llorar del coraje, la niña gritaba porque no tiene ni un año, el perro las acompañaba con ladridos ya libres de cultura y los de seguridad tuvieron que quitar las caras de no me pagan lo suficiente para acercarse a hacer como que les importaba que el perro tirara dos o tres o veinte envases de mayonesa.
Todo terminó muy aburrido. El dueño se zafó del vigilante, fue por el perro, agarró del estante un tendedero amarillo y, ahora sí, amarró al animalito a un árbol de afuera de la tienda. Nada sagaces, todos en el minisúper siguieron al dueño del dálmata con la mirada mientras se lo llevaban a un cuartito, muy agradecidos por el perro, el aceite de oliva y la minifalda.
Cuando volteé a buscarla ya estaba llorando abrazada de un viejito empaca bolsas, que tenía cara de al fin haber encontrado el mejor trabajo de su vida.
Tristemente para la chica de la minifalda, que ya desde entonces acaparaba la atención de toda la fila, nadie ha puesto tanto esmero en domesticar a las niñas. Todos anticipamos lo que la chamaca haría con el cortauñas, pero era tan obvio que todos asumimos que otro le avisaría a la mamá...
El perro salió chillando, la chica de la minifalda se fue de espaldas, los cajeros no sabían que hacer y el gerente salió de su bodega para cruzar los brazos y dar órdenes en actitud de jefe de mini súper. Los viejitos empaca bolsas se reían como si fuera día de quincena en 1920 y todos los hombres de la fila ayudaban a la chica de la minifalda a recoger los libros de la escuela. Sólo uno, algo sobre arquitectura escandinava, se salvó del aceite de oliva. La pobre chica peleaba con el perro un estuche de lápices huichol cuando la mamá pegó un grito espantoso.
Como nadie le hacía caso (lo genial de la minifalda era que tenía cuadritos como de colegiala), la niña mordió al perro. El pobre animal, vergüenza de sus antepasados salvajes, prefirió correr al pasillo de panes y mermeladas que darle a la niña una mordida para quitarle por siempre lo maleducada.
El dueño, que primero hizo como que el perro no era suyo pero lo aceptó cuando la cajera lo señaló agitando el brazo (la chica de la minifalda se le acercó para regañarlo con delicioso tono y vocabulario de verdulera condechi), hubiera calmado al perro si el de seguridad no lo hubiera agarrado "para prevenir de que se vaya sin pagar, jefe".
La chica de minifalda empezó a llorar del coraje, la niña gritaba porque no tiene ni un año, el perro las acompañaba con ladridos ya libres de cultura y los de seguridad tuvieron que quitar las caras de no me pagan lo suficiente para acercarse a hacer como que les importaba que el perro tirara dos o tres o veinte envases de mayonesa.
Todo terminó muy aburrido. El dueño se zafó del vigilante, fue por el perro, agarró del estante un tendedero amarillo y, ahora sí, amarró al animalito a un árbol de afuera de la tienda. Nada sagaces, todos en el minisúper siguieron al dueño del dálmata con la mirada mientras se lo llevaban a un cuartito, muy agradecidos por el perro, el aceite de oliva y la minifalda.
Cuando volteé a buscarla ya estaba llorando abrazada de un viejito empaca bolsas, que tenía cara de al fin haber encontrado el mejor trabajo de su vida.
3 comentarios:
Que excelso post nos acaba de regalar maestro tropical del futuro...igual que el de las cucarachas, me enorgullezco de haber compartido las aulas con usted.
ya, digámonoslo con unas chelas. ya sé que siempre digo lo mismo pero ahora vale más porque está publicado.
me encantoooooooooooooooooooooooo jovenazooo le dejo un besos
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