Una amiga va a publicar una revista ecologista y me pidió escribir algo. Hice un articulito, muy mono él, que aquí pongo:
Quitadísimo de la pena, me serví unos canapés de jamón.
“¿Tienes idea de cuánto sufren los cerditos antes de que la tortura los transforme en embutido? ¿Sabes el daño que te hace? ¿Alcanzas a imaginar lo que te estás comiendo?”
Superé el pasmo metiéndome dos canapés a la boca. Dije: “¿Sabes cuánto me vale?”
Cinco minutos, cuatro bocadillos, dos copas de vino y una cachetada después la ecologista se fue indignada. Me vale mucho, por cierto. Si no hubiera estado tan ocupada regañándome hubiéramos intercambiado teléfonos de proveedores de lechuga orgánica.
Le habría platicado sobre un proyecto en Xochimilco que intenta rescatar el ecosistema integrando a los chinamperos a una empresa de productos orgánicos; inevitablemente habríamos discutido sobre la viabilidad de programas de rescate ecológico que proponen sacar a los vecinos de sus casas para que ya no maltraten el ambiente. Me hubiera dicho radical, le hubiera respondido que ignorar las costumbres y cultura de los demás, si bien no es tan nocivo como matar ajolotes con el uso constante de fertilizante, es tan inútil para el medio ambiente como usar pulseritas de Siembra un Árbol (cuando tengas tiempo y ganas, ni que fuera tan urgente).
No creo en el poder de uno a secas. Uno puede comer orgánico, ahorrar agua, increpar comensales en bares de moda y juntarse con otros cinco a intercambiar recetas de tofu. Los otros 99 millones 900 mil 995 están durmiendo con la luz prendida y lavan el automóvil a manguerazos. Los cien millones duermen con la conciencia igual de tranquila.
Creo en el poder de muchos. Nuestra sociedad no es algo natural y dado, fue construida de cierta manera por nuestros ancestros y si todos nos lo propusiéramos podríamos convertirla en algo mejor. Esperar que todos nos pongamos de acuerdo para seguir algún ideal es iluso, pero no más que creer que una sola persona puede hacer una diferencia.
Más o menos. Porque una persona puede reclutar a otra persona para su causa. El verdadero poder de uno está en que puede convertirse en dos. Que podrían ser cuatro. Ocho. Dieciséis. Quinientos. Pero antes, y sobre todo, los ecologistas necesitamos tener la habilidad para volvernos dos.
El primer paso es reconocer que nos sentimos superiores a quienes no siguen nuestros valores y cánones de conducta. Es natural, o por lo menos suficientemente arraigado en todos los seres humanos, sentir que “yo sí sé qué está bien y mal y qué onda con el mundo”. El segundo paso es ponerse en el lugar de los demás para entenderlos. Porque, oh sorpresa, ellos piensan lo mismo de nosotros y todos los demás.
Toda conducta tiene una razón. Por extensión suponemos que las conductas que tienen al planeta al borde del colapso nacen de alguna parte. Propongo que en vez de pensar en soluciones a los problemas de la Tierra dediquemos algo de tiempo a pensar en sus causas. Cerremos los ojos y pensemos, por ejemplo “¿por qué la gente contamina?”. Al comprender por qué alguien que conocemos contamina podremos partir de sus motivaciones para atraerlo a nuestra causa; no partiremos desde nosotros sino desde los otros.
Pontificar desde la torre de marfil construida por nuestros valores, por bienintencionados o correctos que sean, sólo logra alienarnos de los demás. Empezamos por ser los insufribles ecologistas que regañan a sus amigos y familiares y terminamos siendo ambientalistas de Starbucks: “hoy en la mañana, fíjense, vi a un idiota aventar la basura desde su auto, como si no supiera todo el daño que eso le hace al medio ambiente. ¿A poco no creen ustedes también que por eso el mundo está mal, por todos los que lo dañan y no hacen nada para ayudarlo? Pero qué gente tan infame”; predicaremos entre nosotros hasta tranquilizar nuestra conciencia, hasta que acusar sea lo mismo que actuar.
La solución está en un nosotros trabajando para construir un mejor futuro. El primer paso es construir ese nosotros, en darse cuenta de que el poder de uno es despertar la conciencia de los demás.
Si vuelvo a ver a la mujer que me increpó por comer jamón, espero poder aventarle este rollo. Sería lindo convencerla pero me bastaría con discutirlo, a lo mejor yo soy el equivocado. Si la ven ustedes y quieren ayudarme, aviéntenle el discursito de mi parte. Con cuidado: la mujer tiene una zurda tremenda.
Quitadísimo de la pena, me serví unos canapés de jamón.
“¿Tienes idea de cuánto sufren los cerditos antes de que la tortura los transforme en embutido? ¿Sabes el daño que te hace? ¿Alcanzas a imaginar lo que te estás comiendo?”
Superé el pasmo metiéndome dos canapés a la boca. Dije: “¿Sabes cuánto me vale?”
Cinco minutos, cuatro bocadillos, dos copas de vino y una cachetada después la ecologista se fue indignada. Me vale mucho, por cierto. Si no hubiera estado tan ocupada regañándome hubiéramos intercambiado teléfonos de proveedores de lechuga orgánica.
Le habría platicado sobre un proyecto en Xochimilco que intenta rescatar el ecosistema integrando a los chinamperos a una empresa de productos orgánicos; inevitablemente habríamos discutido sobre la viabilidad de programas de rescate ecológico que proponen sacar a los vecinos de sus casas para que ya no maltraten el ambiente. Me hubiera dicho radical, le hubiera respondido que ignorar las costumbres y cultura de los demás, si bien no es tan nocivo como matar ajolotes con el uso constante de fertilizante, es tan inútil para el medio ambiente como usar pulseritas de Siembra un Árbol (cuando tengas tiempo y ganas, ni que fuera tan urgente).
No creo en el poder de uno a secas. Uno puede comer orgánico, ahorrar agua, increpar comensales en bares de moda y juntarse con otros cinco a intercambiar recetas de tofu. Los otros 99 millones 900 mil 995 están durmiendo con la luz prendida y lavan el automóvil a manguerazos. Los cien millones duermen con la conciencia igual de tranquila.
Creo en el poder de muchos. Nuestra sociedad no es algo natural y dado, fue construida de cierta manera por nuestros ancestros y si todos nos lo propusiéramos podríamos convertirla en algo mejor. Esperar que todos nos pongamos de acuerdo para seguir algún ideal es iluso, pero no más que creer que una sola persona puede hacer una diferencia.
Más o menos. Porque una persona puede reclutar a otra persona para su causa. El verdadero poder de uno está en que puede convertirse en dos. Que podrían ser cuatro. Ocho. Dieciséis. Quinientos. Pero antes, y sobre todo, los ecologistas necesitamos tener la habilidad para volvernos dos.
El primer paso es reconocer que nos sentimos superiores a quienes no siguen nuestros valores y cánones de conducta. Es natural, o por lo menos suficientemente arraigado en todos los seres humanos, sentir que “yo sí sé qué está bien y mal y qué onda con el mundo”. El segundo paso es ponerse en el lugar de los demás para entenderlos. Porque, oh sorpresa, ellos piensan lo mismo de nosotros y todos los demás.
Toda conducta tiene una razón. Por extensión suponemos que las conductas que tienen al planeta al borde del colapso nacen de alguna parte. Propongo que en vez de pensar en soluciones a los problemas de la Tierra dediquemos algo de tiempo a pensar en sus causas. Cerremos los ojos y pensemos, por ejemplo “¿por qué la gente contamina?”. Al comprender por qué alguien que conocemos contamina podremos partir de sus motivaciones para atraerlo a nuestra causa; no partiremos desde nosotros sino desde los otros.
Pontificar desde la torre de marfil construida por nuestros valores, por bienintencionados o correctos que sean, sólo logra alienarnos de los demás. Empezamos por ser los insufribles ecologistas que regañan a sus amigos y familiares y terminamos siendo ambientalistas de Starbucks: “hoy en la mañana, fíjense, vi a un idiota aventar la basura desde su auto, como si no supiera todo el daño que eso le hace al medio ambiente. ¿A poco no creen ustedes también que por eso el mundo está mal, por todos los que lo dañan y no hacen nada para ayudarlo? Pero qué gente tan infame”; predicaremos entre nosotros hasta tranquilizar nuestra conciencia, hasta que acusar sea lo mismo que actuar.
La solución está en un nosotros trabajando para construir un mejor futuro. El primer paso es construir ese nosotros, en darse cuenta de que el poder de uno es despertar la conciencia de los demás.
Si vuelvo a ver a la mujer que me increpó por comer jamón, espero poder aventarle este rollo. Sería lindo convencerla pero me bastaría con discutirlo, a lo mejor yo soy el equivocado. Si la ven ustedes y quieren ayudarme, aviéntenle el discursito de mi parte. Con cuidado: la mujer tiene una zurda tremenda.
4 comentarios:
ñe.
yo quería que siguieras siendo zombie. Son taaaan sensuales...
No mames, sí escribes bien... a diferencia de unos Bunnies que conozco.
Respect, ese.
y lentos
clica la... clica... vato... ¿ese?
ash, olvidé cómo hablar así.
Leer tu blog de un sólo tirón es una experiencia extraña. mmm he decidido que me gustas...
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